Caminando entonces así, me fijo en las vitrinas de una tienda de antigüedades: un pordiosero libro encuadernado en cuero, y las filas y columnas interminables de libros marchitos y grimorios de épocas que nadie recuerda. El seductor aroma del café recién hecho de la cafetería, que ya cerraba en el distrito 1, barrio 5, manzana 7, carrer de la Llibreteria. Pronto me adentro en la calle de las mil miradas donde empiezan las campanadas de la catedral, con una psicodélica melodía de iglesia solo de órgano. Avanzo y esquivo a los drogodependientes que surgen tras la huida del sol, como nosferatum. Me siento violentamente observado, el ocaso deja de ser ocaso. Me incorporo al carrer del Bisbe, justo al lado del ayuntamiento y el palacio de la Generalitat. Justo al lado de la representación de la ley, a una sola manzana de la plaza, un edificio aparentemente abandonado en medio de bloques con apartamentos, antiquísimo y sin luces. Donde me encuentro estático justo delante, me da la sensación de que el edificio se me viene encima gracias al efecto óptico de las calles estrechas, estrechos techos separados por un cielo de vertiginosas nubes turistas.
Es hora ya de que mis amigas las ganzúas procedan el paso uno. Mientras que los demás transeúntes y tribus urbanas practican rituales impuestos por grandes marcas de ropa y series de televisión, en este barrio donde sólo se respira arte y ambigüedad, me adentro a la morada de nadie con sigilo. Abandono el paraíso gris melancolía para que la oscuridad de este bloque me engulla.
Taquicardia, ¡Dios!, mi pecho, no puedo echarme atrás. No es mi corazón, es que tengo miedo. Creí que había superado lo del miedo desde que me fui de casa de mamá y papá.
Enciendo la linterna, parece que hay gente en los pisos de más arriba, subo en puntitas por las escaleras, pisando los peldaños como un adolecente. En el edificio de cinco pisos, ellos están en el cuarto. Subo al quinto para reconocer la zona. Está desocupado, abandonado a juzgar por el deterioro de la pintura de las paredes a causa de la humedad. Hay cordones, cables y papel carcomido seguramente por los roedores que habitan en esta pocilga.
Oigo gritos, de unas dos mujeres, y risas de varios hombres ¿Que estará pasando ahí abajo? ¿Estará ahí el Monstruo del Armario? Por lo menos Alan sí que está ahí. Acaban de abrir la puerta del cuarto piso, me asomo por las escaleras para ver quién baja o sube. Apenas puedo ver que es un hombre, está bajando con una linterna, me acerco a la puerta, espero que suene el portón de la entrada… Piensa Jan, no podré detenerlos yo solo ¿sería conveniente pedir refuerzos? Si la policía descubre esto, ya me puedo despedir de mis padres pero no porque ellos vayan a morir sino porque yo acabaré preso, por colaboración con esta organización o muerto que es lo más probable.
Ese es el portón de la entrada ¡ahora!, bajo ágil y silenciosamente, empujo sólo un poco la puerta entre abierta, obviamente aquí tienen luz, solo hay un pasillo y al fondo, puedo estimar una mesa con gente sentada, los gritos provienen de la habitación de al lado.
-¡¿Y el vino?!
-¡Ya han ido a por él, no seas pesado!
-Señores, la cena está servida, pueden sentarse.
¡Vuelven a subir! Apago la linterna, retrocedo a la sombra. El camarero sube con una botella. El sonido de sus pasos, se tornan de agudo a grave a medida de que sube. Como en los viejos tiempos, golpear, sujetar y desaparecer. Ahí está, sí crees que solo soy una sombra, te fijas en mi silueta, ahora es hora de dormir pequeño. Despacio déjate llevar, luego despertarás en tu camita con tu mami.
¡Joder! casi cae la botella, la tengo, despacio al suelo. ¡Este cabrón lleva puesta una máscara! Tengo que darme suficiente prisa. Traje de rombos, camisa, pantalones, mocasines y esta estúpida máscara ¡Ah! y el vino. Tú amigo, vienes al piso de arriba.
Servilleta en mano, posición recta y con calma, entro naturalmente, cierro la puerta, avanzo por el pasillo, entro a la cocina, vuelvo a salir, descorcho el vino, tropiezo, mi compañero me llama imbécil. Todas las persianas están del todo abajo, los demás empleados también llevan máscaras muy extrañas, de colores pagados y barbas que cuelgan, o vendas, algunas tienes forma de… oso. Máscaras de caras tristes, de color negro marrón o rojo.
Sirvo el vino y alzo la cabeza para ver a toda la gente metida en el ajo, a los cabecillas que tienen atemorizada a todas las familias, a toda la gente inocente, a tantos padres y madres e hijos que padecen en este instante por la desaparición de sus más apreciados seres.
Gracias a esta máscara, no soy hombre muerto porque no puedo evitar disimular mi cara de espanto ¡Qué horror! ¿Qué enfermedad o qué tipo de pensamiento ha impulsado a estos hombres a cometer estas irracionales aberraciones? No puede ser por ésta razón ¡me niego! No, no puede ser que hayan raptado a tanta gente para sólo saciarse de esta monstruosa manera.
En una mesa rectangular, como el de la última cena, de unos tres metros de largo, repleto de platos y fuentes con manjares para depredadores, toda una escala de colores sangre entre las cerezas, el vino, la carne, las gelatinas con un ojo encima, los filetes poco hechos: de cerdo, de ternera y posiblemente de Ana Olivera y los demás; a juzgar por la mano humana disecada que adorna el centro de la mesa.
Torre, hijo de puta, estás en esta mierda, debí sospecharlo al intentar sacarme del caso. Está en el ala este de la mesa acompañado por caras desconocidas, todos fumando, hablando, de vez en cuando picando un poco del plato. Alan preside la mesa callado, absorto, ausente, no prueba bocado, parece aburrido. Creo que en este caso quien lidera la mesa se pondrá en el lado sur, que parecen estar esperando seguramente, al Monstruo del Armario. Dejo el vino en la mesa para que respire.
-Doctor Tartru, páseme esa costilla -dice el comisario Torre con la boca infestada a carne.
-Aquí tienes –contesta -mañana toca el Cu Ursul por la noche, necesitamos a alguien que aguante, tiene que durar toda una sinfonía –sonríe.
-Por supuesto, Josep sabrá cual, tenemos un par de decenas en la galería -¿Josep? ¿Así se llama el Monstruo del Armario?
-Camarero, avisa a los señores Rossinyol y Morales de que la cena está servida -me ordena el chef del gorro a lo monumento a Washington, el rostro cubierto por una maya metálica.
Supongo que se referirá a los de la habitación, vamos a ver quién hay. Camino con naturalidad hacia la habitación. Pudiendo volarles la tapa de los sesos a todos por enfermos. Abro cuidadosamente la puerta de la habitación, el calor de mi aliento empapa mi cara por completo.
-Señores, la cena está servida -anuncio.
-¡Lárgate!, ¡¿no ves que estamos ocupados?!
Y siguen con la actividad que hacían para abrir el apetito: lisiar a dos chicas con los ojos vendados con látigos y fustas. Ellas corren en círculos en ropa interior por el cuarto y ellos, divertidos, las persiguen. Al juzgar por sus pantalones mal puestos y de la hedor que despide, afirmaría que fueron mancilladas. De fondo, una música de trompetas y tambores con un ritmo alegre y folclórico. Jan, intenta no parecer sorprendido, ahora gírate y vete, esta pesadilla continuará después.
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