Reconozco el rostro de vuestra estirpe,
esos movimientos determinados
vuestras palabras melodiosas,
tan majestad al lavar los pies del inquilino.
Esa humildad de un líder vehemente.
Bendita sea vuestra presencia.
Alabada la causa del señor caído.
A la casa de Jehová piedras arrojasteis,
a un soldado desnudasteis y alimentasteis,
vuestra alma vi mi señor
acudiendo a la llamada de vuestro abuelo
tras tocar las puertas del imperio.
Yo lo sé…
Murmuráis con el ángel
para llevar a cabo la justa voluntad.