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Confesiones a una prostituta, 15

16 Feb

Miercoles, 15 de febrero de 2012

…Y el libro que dejó mi señora contenía disecados pétalos de rosas para perfumar los versos del ángel de la Nueva Granada.

-Eso ha sido hermoso ¿Os volveré a ver mi señor? –preguntó la puta abrochándose sus ligueras.

-Me veréis al alba de la muerte de vuestro ego –marchó el caballero al vestíbulo de las flores a reclamar su abrigo para enfrentar a la calle. Antes de tomar la puerta, Madame Sophie le sorprendió:

-Os afligirá saber que sois es un juego para ellas mi señor.

-Las personas, como los reinos, como los corredores de bolsa juegan para evitar bostezos –contestó sin volverse.

-¿Y es para evitar bostezo que mi señor prefiere a las putas?

-Enormemente las prefiero, pero no para eludir mi aburrimiento sino mi condición humana de aparearme y reproducirme, no obstante, existe una razón sumamente más importante –se le acercó a cautelosos pasos.

Ella sonrió y exhibió su belleza inalcanzable por el hombre mortal, figura pública tan intachable como misteriosa, ella logra que la sociedad de  los hombres tiemblen, duden, se exasperen por poseerla tanto en el sexo como en las finanzas.

Como rechazo a su atrevimiento, ella controló la situación alejándose hacia la mesa de su recepción para sacar la pipa que compró en su visita a Tokio. También sacó un pequeño joyero-caja musical que utiliza para guardar el tabaco de importación cubana. Un capricho que pesa mucho más de lo que aparenta y que apenas se puede sostener con una mano, la caja de un verde amazónico, con acabados de oro e incrustaciones de esmeraldas colombianas y una melodía que ambientaba por donde estuviere, con notas tristes y psicodélicas causó perplejidad a nuestro invitado. Éste aclaró la voz y repuso.

-La soledad y la compañía de una preciosa desconocida siempre han sido mis amistades más apreciadas.

Madame Sophie encendió su pipa y exhaló la fragancia del sofisticado humo en las ropas del caballero. Penetró su mirada en su determinada inseguridad disimulada para cerrar el ritual del dominio.

¿Pero qué tenemos aquí? –apesadumbró –oh pobre señor mío. No entiendo al hombre que desea lo que no posee y tampoco al que posee y lo ignora. Sois un hombre incomparable, no jodáis con las putas pues os hace indigno.

El cliente no pudo soportar el voltaje de su mirada y se la apartó tímidamente dos o tres ocasiones.

-No me siento indigno mi señora, usted no comprende mi punto de vista.

-Pues me honrraría compartir su punto de vista osado caballero, por favor, tome asiento. Insisto.

Sentaron en el sofá del vestíbulo lo suficientemente juntos como  para rozarse las piernas. Su carnosa boca le hablaba al oído, su contemplación le petrificaba, su escote le miraba fijamente  a los ojos, su presencia lo vetaba.

-Siempre defiendo mis ideas concretas hasta que éstas cambian de parecer. Siempre he respetado otras maneras de pensar y espero a cambio lo mismo, de manera libre y equitativa.

Así como no discrimino a nadie por su manera de pensar, no lo hago tampoco por su etnia, sexo, religión, postura política, estrato social… Sé que todo el mundo cree que cautivar a una inocente jovencita con la experiencia y el poder es fácil ¡y es cierto! Nos hace sentir exitosos, esplendidos tras su inmaculado mirar. Y el deseo de sentirse deseado…

Dejé atrás hace inviernos ese ritual de apareamiento que tanto caracteriza al humano –ella coloca su mano muy sutilmente sobre su pierna –No busco a nadie afín a mi intelecto, a mi físico y sobre todo a mi estado económico, apenas fornico con aquella que me sienta a gusto y confianza.

-¿Y a dónde quedan las muchachas que son feas?

-La otra noche follé con Caterine de la casa Vargas, en la esquina.

-Buena elección, las gorditas suelen ser muy generosas.

Sí, eso dicen -frunce el ceño -aunque no sé si decir eso está políticamente incorrecto.

La dama rió no por su comentario sino como ventaja a acercar sus perfectos bustos a su merced.

-Así que el poder y la experiencia de una persona predomina a su víctima… -asiente con un sensual gesto de boca –me complace compartir esta charla, y su compañía señor mío.

-El privilegio es mío –se empalmó su duro pene a una pulgada del pantalón en el momento que dijo «complace».

Unos segundos incómodos y el caballero emprendió a la salida como perro huir de la mano del diablo, se despidió apropiadamente y se marchó. Tuvo la gran osadía, la más colosal de las temeridades al dejar allí sola a Madame Sophie, emperatriz intacta, todo el mundo desconoce sus amantes, nadie sabe quién es el padre de su hijo. Ella allí levantó, caminó elegantemente moviendo las posaderas de la forma más sutil, su imponente silueta, sus pechos que botan al caminar. Ella, ella es y siempre será la gran emperatriz de las más fértiles ejemplares. Caminó recorriendo el victoriano decorado de los pasillos para adentrarse en su oscuridad. Pero el humo, la delata.