Tag Archives: capitales del mundo

Confesiones a una prostituta, 21

21 Feb

Martes, 21 de Febrero de 2012

La joven ramera desplegó cuidadosamente la carta posteriormente de haberse acomodado entre los genitales de su cliente. Aclaró la voz.

En diversas capitales del mundo he tenido el placer de recorrer en años de bonanza y abundancia. He disfrutado la compañía de numerosas jóvenes encantadoras, virtuosas maestras, damas para todos los gustos, y entre ellas siempre se murmuró el rumor de una inmaculada diosa madre que convive con los árboles, desnuda, en un recóndito Edén exclusivo para la realeza y sus dioses. Como el Fénix, vuelve a nosotros para reproducirse y morir quedando apenas su inmaculada alma en un ciclo de vida, en una búsqueda exhausta de un hombre fértil quien pueda garantizar la buena salud de una joven hermosa.

Siempre hubo el rumor… Ahora que os he encontrado reclamo vuestra mano para tan privilegiado honor. Ahora que os he encontrado debo confesaros que os amo desde el instante que os vi. Recuerdo nítidamente mis alteraciones cardiacas, notar la actividad bioquímica de vuestra mente, la energía que se vinculó en nuestras miradas y luego nos apartamos inciertos e inseguros de aquella situación. Tenía la gran certeza que poseíais un don divino, llevabais consigo un aura particular que pude distinguir no por vuestra evidente belleza sino por la incandescente luz que os resplandecía. Sabía que vos erais peculiar cuando os conocí en el estudio de mi padre.

Debido a nuestra situación, sé que debo mereceros honestamente primero aunque solo podáis ofrecerme vuestra amistad, yo la acogeré como la gran condecoración entre los premios de consuelo.

Podría liberaros de ese tormentoso yugo que os esclaviza, ese contrato social que solo os conduce a la más desdichada infelicidad. Pues aun sois joven para escoger al padre de nuestra futura reina. ¡Vos sois la madre diosa de la naturaleza! ¡Nadie os puede poseer! ¡Ni vos a nadie podéis someter! Os imploro por el afecto y el respeto que siento por vos, que seáis feliz y libre. ¡Besad! ¡Viajad! ¡Gritad! ¡Vivid! Pues el mundo entero os merece y no solo una persona.

Aunque debemos guardar distancias, hemos de conservar nuestra reputación sutilmente, sería una grato asombro mantener correspondencia con vos, pero no espero respuesta alguna amada mía, solo albergo la esperanza de veros algún día de nuevo, aunque sea de lejos.

Eternamente suyo. Caballero de la media noche.

Dobló delicadamente la carta y se puso en pie indignada.

-Persuadís a esa pobre muchacha para poseerla –le acusó.

-Por supuesto que deseo poseerla –contestó el manteniendo su compostura –y muchísimas cosas más que pueda aportar para garantizar su felicidad.

-¿Decís entonces que estáis enamorado?

Postrado en las sedas de la cama, con el pecho descubierto nuestro invitado se enciende un cigarrillo.

-Por supuesto que estoy enamorado de esa joven dama, y de vos y de muchas otras cortesanas. Deseo profundamente vuestra felicidad dijo el cliente.

-Pero vos estáis embaucando a una dama para que se convierta en ramera y hacerme cómplice del delito –el caballero rió gozosamente.

-Mi ingenua Clarie… Os estoy convenciendo para librar a una doncella de su estupidez.

Más tarde, el Caballero de la media noche caminó por las viejas calles del corazón de La Antigua República. Una sombra se fundió en los grises y la lluvia, su anatomía se confundía con el humo que exhalaba entre el tumulto que circulaba. De pronto, una imponente presencia atrajo las miradas y los susurros de muchos. La percusión de sus tacones se tornaba más grave, el ritmo cardiaco bombeaba arrítmicamente anonadado.

-¡Mi señor! Que agradable casualidad –Madame Sophie extendió su mano.

-Mi señora, me complace veros –besó su piel con una sofisticación extrema.

-¿Hacia dónde os dirigís tan ensimismado?

Llevaba ella un victoriano vestido esmeralda con sus típicos adornos góticos, un minúsculo bolso de diseño en su brazo derecho y un peculiar arlequín de peluche en el izquierdo.

-Veréis mi señora, recién recibí el telegrama de un apreciado amigo y acordamos de vernos en la cervecería de la calle Monserrat.

-¿No os estaréis refiriendo al Barón Rojo de la casa Saoko?

-El mismo, ¿cómo lo habéis adivinado?

-Tengo ojos en toda la ciudad querido, no os haré demorar para vuestra cita –dijo en tono de despedida.

-Espero tener el placer de verla muy pronto –reverenció.

Consternado quedó contemplando a la dama como se alejaba.